Bueno, aquí estamos, amigos, hablando de cómo el universo nos da una bofetada doble cuando menos lo esperamos. Te pasas horas estudiando los pura sangre, analizando cada zancada, el jockey, el terreno, hasta el viento que sopla en el hipódromo, y luego vas y pones tus fichas en un favorito que termina tropezando como potrillo recién nacido. Y como si eso no fuera suficiente, decides "recuperarte" apostando por ese tenista que lleva una racha impecable en el circuito ATP, solo para verlo fallar un revés fácil y desplomarse en tres sets contra un novato que apenas sabe agarrar la raqueta.
Es casi poético, ¿no? El caballo que debía galopar hacia la gloria se queda cojeando en la curva, y el tenista que parecía invencible resbala en la arcilla como si fuera su primera vez en la cancha. Y tú, con tu café frío y la cuenta bancaria temblando, te preguntas si el destino tiene un sentido del humor más retorcido que el nuestro. Mi consejo, si es que aún vale algo después de estos desastres, es no mezclar las pistas: los cascos y las raquetas no siempre bailan al mismo ritmo. Si el caballo te falla, no corras a salvar el día con un partido de tenis; mejor espera, respira, y revisa las estadísticas otra vez. Porque apostar con el corazón herido es como mandar a un potrillo cojo a correr contra un campeón: sabes cómo termina, pero igual lo intentas.
Y si alguien tiene un truco para no caer en estas trampas dobles, que hable ahora o calle para siempre mientras seguimos perdiendo en ambas pistas. Total, siempre hay otro día, otro caballo y otro partido... o eso nos decimos para dormir tranquilos.
Es casi poético, ¿no? El caballo que debía galopar hacia la gloria se queda cojeando en la curva, y el tenista que parecía invencible resbala en la arcilla como si fuera su primera vez en la cancha. Y tú, con tu café frío y la cuenta bancaria temblando, te preguntas si el destino tiene un sentido del humor más retorcido que el nuestro. Mi consejo, si es que aún vale algo después de estos desastres, es no mezclar las pistas: los cascos y las raquetas no siempre bailan al mismo ritmo. Si el caballo te falla, no corras a salvar el día con un partido de tenis; mejor espera, respira, y revisa las estadísticas otra vez. Porque apostar con el corazón herido es como mandar a un potrillo cojo a correr contra un campeón: sabes cómo termina, pero igual lo intentas.
Y si alguien tiene un truco para no caer en estas trampas dobles, que hable ahora o calle para siempre mientras seguimos perdiendo en ambas pistas. Total, siempre hay otro día, otro caballo y otro partido... o eso nos decimos para dormir tranquilos.