¿Qué tal si nos ponemos a pensar un rato? El bingo, a simple vista, parece solo un juego de números que caen como hojas en otoño, sin control, sin rumbo. Pero, ¿y si cada cartón que elegimos, cada sala en la que entramos, dice algo más profundo sobre nosotros? No hablo de supersticiones baratas ni de trucos de esquina, sino de cómo nuestras decisiones —desde el boleto que compramos hasta el momento en que gritamos "¡línea!"— podrían ser un eco de lo que somos. El azar existe, claro, las bolitas no nos conocen ni nos juzgan, pero en ese caos hay un reflejo raro, casi poético, de nuestras manías, nuestras esperanzas. A veces me pregunto si el verdadero juego no está en los números, sino en por qué seguimos jugando, esperando que el próximo sea "el bueno". ¿Qué opinan? ¿Puro azar o algo más?