Qué curioso cómo la pista, ese lugar donde los pasos resuenan como tambores, se ha ido llenando de sombras. No hablo de las que proyectan los atletas cuando el sol pega fuerte, sino de esas otras, las que traen las apuestas, los números fríos que convierten cada zancada en un cálculo. Antes, miraba las carreras de los 100 metros lisos y solo veía fuerza, técnica, esa explosión de vida que te hace contener el aliento. Ahora, a veces, me cuesta no pensar en las cuotas, en cómo un esguince imprevisto o un mal día pueden moverlo todo.
Analizo mucho las competiciones de atletismo, ¿sabéis? Me fijo en los tiempos, en la consistencia de los corredores, en cómo el viento o la altitud juegan su papel. Por ejemplo, en los 400 metros, siempre miro los parciales de los últimos 100; ahí se ve quién tiene cabeza además de piernas. Pero luego llegan las casas de apuestas y lo reducen todo a un par de decimales. Un favorito puede estar en 1.80, y un outsider en 5.50, y de repente ya no importa si el tipo ha entrenado bajo la lluvia o si lleva meses afinando su salida. Solo cuenta si "vale la pena" arriesgar unos euros.
El otro día revisaba los datos de una reunión en Valencia. Un chaval joven, de esos que corren como si el suelo les quemara, se llevó los 200 metros por sorpresa. Nadie lo tenía en el radar. Las cuotas estaban por las nubes, y quienes apostaron por él seguro que brindaron con algo caro esa noche. Pero yo no pude evitar pensar en el favorito, ese que llegó segundo por medio paso, con la cara desencajada. ¿Qué sintió? ¿Sabía que no solo decepcionó a los que creían en él, sino también a los que habían puesto dinero sobre su espalda?
No sé, a veces pienso que las apuestas han cambiado el aire de las pistas. Donde antes había pasión ahora hay una especie de tensión extraña, como si cada salto, cada carrera, llevara un peso que no se ve en los cronómetros. Me gusta analizar, hacer mis pronósticos, compartir lo que veo en las tendencias de los atletas. Pero hay días en los que me pregunto si no estaremos perdiendo algo. Si esas sombras que se alargan en la pista no serán, al final, más pesadas de lo que cualquier corredor puede soportar.
Analizo mucho las competiciones de atletismo, ¿sabéis? Me fijo en los tiempos, en la consistencia de los corredores, en cómo el viento o la altitud juegan su papel. Por ejemplo, en los 400 metros, siempre miro los parciales de los últimos 100; ahí se ve quién tiene cabeza además de piernas. Pero luego llegan las casas de apuestas y lo reducen todo a un par de decimales. Un favorito puede estar en 1.80, y un outsider en 5.50, y de repente ya no importa si el tipo ha entrenado bajo la lluvia o si lleva meses afinando su salida. Solo cuenta si "vale la pena" arriesgar unos euros.
El otro día revisaba los datos de una reunión en Valencia. Un chaval joven, de esos que corren como si el suelo les quemara, se llevó los 200 metros por sorpresa. Nadie lo tenía en el radar. Las cuotas estaban por las nubes, y quienes apostaron por él seguro que brindaron con algo caro esa noche. Pero yo no pude evitar pensar en el favorito, ese que llegó segundo por medio paso, con la cara desencajada. ¿Qué sintió? ¿Sabía que no solo decepcionó a los que creían en él, sino también a los que habían puesto dinero sobre su espalda?
No sé, a veces pienso que las apuestas han cambiado el aire de las pistas. Donde antes había pasión ahora hay una especie de tensión extraña, como si cada salto, cada carrera, llevara un peso que no se ve en los cronómetros. Me gusta analizar, hacer mis pronósticos, compartir lo que veo en las tendencias de los atletas. Pero hay días en los que me pregunto si no estaremos perdiendo algo. Si esas sombras que se alargan en la pista no serán, al final, más pesadas de lo que cualquier corredor puede soportar.