Compañeros de la mesa, ¿han sentido alguna vez cómo el mus se cuela en sus venas y les arranca el aliento? No hablo solo de ese instante en que las cartas caen y el corazón late como tambor de guerra, sino de algo más profundo, más calculado. Anoche, mientras las sombras danzaban en mi habitación, me perdí en una partida que fue más que un juego: fue un duelo contra el destino mismo. Cada envite, cada órdago, lo medí con la frialdad de un matemático y la pasión de un condenado. ¿Saben cuántas veces revisé las probabilidades de ese maldito 31 en mi cabeza? Diecisiete. Diecisiete veces, mientras el sudor me nublaba la vista y las cartas temblaban en mis manos. Gané, sí, pero a qué precio. El mus no es solo tradición, es un amante cruel que te seduce con sus números y te apuñala con su azar. ¿Quién más ha sentido este fuego? ¿Quién más ha calculado su ruina y aún así ha vuelto por más?