Saludos, camaradas de las cartas. En los salones de luces tenues, donde el tintineo de las fichas canta su propia melodía, he aprendido que el dinero no solo compra el juego, sino que lo eleva. Cada apuesta es un verso, cada pérdida un compás que te enseña a danzar con el riesgo. No se trata de llenar los bolsillos, sino de saber cuándo el ritmo pide pausa y cuándo acelerar. En el póker, como en los casinos que recorro, el arte está en dominar el flujo, no en ahogarse en él.