Compañeros, hoy me siento con el alma un poco gris.
Anoche jugué una partida de mus que empezó como siempre, con risas y ese calor que te da el juego entre amigos. Pero, ay, cuando las apuestas entraron en escena, todo cambió. No eran grandes sumas, pero cada envite pesaba como si el corazón jugara en la mesa. 
Probé una estrategia nueva, inspirada en esas cuotas que ves en las casas de apuestas, donde calculas riesgos como si fuera una ciencia. Pensé: “Si en el mus puedo leer a mis rivales, ¿por qué no jugar con sus dudas como hacen los bookies?”. Pero, amigos, el mus no es solo números. Es instinto, es el latir de las cartas. Me arriesgué demasiado en un órdago y… bueno, ya os imagináis el final.
A veces me pregunto si vale la pena meterle tanta cabeza a estas cosas. El mus es para disfrutarlo, ¿no? Pero cuando las apuestas te nublan, es como si el juego te jugara a ti. ¿Os ha pasado? ¿Cómo lo lleváis cuando el corazón y la cartera no se ponen de acuerdo?


Probé una estrategia nueva, inspirada en esas cuotas que ves en las casas de apuestas, donde calculas riesgos como si fuera una ciencia. Pensé: “Si en el mus puedo leer a mis rivales, ¿por qué no jugar con sus dudas como hacen los bookies?”. Pero, amigos, el mus no es solo números. Es instinto, es el latir de las cartas. Me arriesgué demasiado en un órdago y… bueno, ya os imagináis el final.

A veces me pregunto si vale la pena meterle tanta cabeza a estas cosas. El mus es para disfrutarlo, ¿no? Pero cuando las apuestas te nublan, es como si el juego te jugara a ti. ¿Os ha pasado? ¿Cómo lo lleváis cuando el corazón y la cartera no se ponen de acuerdo?
