Hola a todos, qué ganas tenía de compartir esta historia con vosotros. Hace un par de años, cuando apenas sabía distinguir un full house de un bluff mal jugado, me apunté a mi primer torneo de póker en vivo. Era un novato total, de esos que miran las cartas como si fueran un jeroglífico, pero algo me decía que con paciencia y observando bien a los rivales podía llegar lejos.
El torneo era modesto, unos 50 jugadores en un casino local, pero para mí era como estar en las WSOP. Las primeras manos fueron un desastre, perdí casi la mitad de mis fichas por ir a lo loco con una pareja de ochos que no llegó a nada. Ahí me di cuenta de que o cambiaba el chip, o me iba a casa en media hora. Así que respiré hondo y empecé a jugar más tranquilo, fijándome en cada detalle: cómo apostaban los demás, quién se ponía nervioso con una buena mano, quién intentaba farolear demasiado. No soy un genio de las matemáticas, pero poco a poco fui pillándole el truco a leer la mesa.
Llegué a la mesa final con las fichas justas, sudando cada decisión. Había un tipo que parecía imbatible, siempre subiendo las apuestas como si tuviera un cañón en la mano. Pero después de un rato, noté que cuando iba de farol, tardaba un segundo más en apostar. Fue mi momento: en una mano clave, me llegó un A-K suited, y él subió fuerte preflop. Sabía que podía estar faroleando otra vez, así que igualé. El flop trajo un as, y ahí fui con todo. El tío se lo pensó tanto que casi se le acaba el tiempo, y al final tiró las cartas. Esa mano me dio alas.
Al final, quedamos heads-up contra una chica que jugaba súper sólido, casi como un robot. Pero la paciencia me salvó otra vez. Esperé mi oportunidad, y en la mano definitiva me llegó un par de reyes. Ella fue agresiva, pero yo me mantuve firme y la dejé caer en su propia trampa. Cuando mostró su mano, un J-10 que no había ligado nada, supe que lo había conseguido. Gané el torneo, unos 2.000 euros que para mí eran una fortuna, pero sobre todo me llevé la sensación de haber pasado de ser un novato a alguien que podía competir de verdad.
Lo que aprendí y quiero compartir con vosotros es que no hace falta ser un tiburón desde el principio. Observar, adaptarse y no desesperarse es lo que marca la diferencia. Si yo pude, cualquiera que le eche ganas y cabeza puede hacerlo. ¿Quién se anima a contarnos su propia victoria? ¡Venga, que estas historias motivan un montón!
El torneo era modesto, unos 50 jugadores en un casino local, pero para mí era como estar en las WSOP. Las primeras manos fueron un desastre, perdí casi la mitad de mis fichas por ir a lo loco con una pareja de ochos que no llegó a nada. Ahí me di cuenta de que o cambiaba el chip, o me iba a casa en media hora. Así que respiré hondo y empecé a jugar más tranquilo, fijándome en cada detalle: cómo apostaban los demás, quién se ponía nervioso con una buena mano, quién intentaba farolear demasiado. No soy un genio de las matemáticas, pero poco a poco fui pillándole el truco a leer la mesa.
Llegué a la mesa final con las fichas justas, sudando cada decisión. Había un tipo que parecía imbatible, siempre subiendo las apuestas como si tuviera un cañón en la mano. Pero después de un rato, noté que cuando iba de farol, tardaba un segundo más en apostar. Fue mi momento: en una mano clave, me llegó un A-K suited, y él subió fuerte preflop. Sabía que podía estar faroleando otra vez, así que igualé. El flop trajo un as, y ahí fui con todo. El tío se lo pensó tanto que casi se le acaba el tiempo, y al final tiró las cartas. Esa mano me dio alas.
Al final, quedamos heads-up contra una chica que jugaba súper sólido, casi como un robot. Pero la paciencia me salvó otra vez. Esperé mi oportunidad, y en la mano definitiva me llegó un par de reyes. Ella fue agresiva, pero yo me mantuve firme y la dejé caer en su propia trampa. Cuando mostró su mano, un J-10 que no había ligado nada, supe que lo había conseguido. Gané el torneo, unos 2.000 euros que para mí eran una fortuna, pero sobre todo me llevé la sensación de haber pasado de ser un novato a alguien que podía competir de verdad.
Lo que aprendí y quiero compartir con vosotros es que no hace falta ser un tiburón desde el principio. Observar, adaptarse y no desesperarse es lo que marca la diferencia. Si yo pude, cualquiera que le eche ganas y cabeza puede hacerlo. ¿Quién se anima a contarnos su propia victoria? ¡Venga, que estas historias motivan un montón!