¡Qué locura, muchachos! Anoche estaba viendo la última carrera de drifting en Fuji Speedway y, como siempre, me dejé llevar por el rugido de los motores y esas curvas imposibles. Decidí apostar fuerte por Takahashi, el tipo tiene manos de oro y un control que parece de otro planeta. Analicé todo: las condiciones de la pista, el desgaste de los neumáticos, incluso cómo había estado manejando en las rondas previas. Todo apuntaba a que iba a arrasar en la final. Pero, ¿saben qué? El caos del drifting me volvió a traicionar.
Primero, subestimé al novato ese, Nakamura. Pensé que no tenía chance contra los pesos pesados, pero el condenado sacó un ángulo perfecto en la tercera curva y se llevó los aplausos. Mi análisis se fue al carajo ahí mismo. Takahashi, mi gallina de los huevos de oro, empezó bien, pero luego se pasó de agresivo en la zona de transición y perdió tracción. ¡Pum! Adiós ventaja, adiós apuesta. Y yo, como idiota, había puesto un extra en que iba a sacar más de 90 puntos en la ronda. ¿Resultado? Cartera vacía y cara de tonto.
Es que esto del drifting es un maldito vicio. Crees que lo tienes todo calculado: estudias las líneas, los pilotos, hasta el maldito clima, pero luego viene una derrapada inesperada y te das cuenta de que no controlas nada. La adrenalina me ciega, lo admito. Cada vez que veo esas nubes de humo y los carros rozando las paredes, mi cerebro dice "¡apuesta, apuesta ahora!", pero mi cuenta bancaria grita "¡para, loco!". Ya van tres veces este mes que me pasa lo mismo. La semana pasada fue con el evento en Ebisu, juré que el veterano Saito iba a dominar, pero un error en la entrada y chau, otro boleto perdido.
Lo peor es que no aprendo. Sigo pensando que puedo descifrar este deporte, que con suficiente atención voy a predecir quién se lleva el podio. Pero el drifting no es como el fútbol o las carreras lineales, aquí el más mínimo desliz lo cambia todo. ¿Alguien más se ha quemado así con estas apuestas? Porque yo ya estoy a punto de vender mi tele para no seguir cayendo en la tentación. Aunque, siendo honesto, probablemente use esa plata para apostar en la próxima fecha. ¡Malditas curvas!
Primero, subestimé al novato ese, Nakamura. Pensé que no tenía chance contra los pesos pesados, pero el condenado sacó un ángulo perfecto en la tercera curva y se llevó los aplausos. Mi análisis se fue al carajo ahí mismo. Takahashi, mi gallina de los huevos de oro, empezó bien, pero luego se pasó de agresivo en la zona de transición y perdió tracción. ¡Pum! Adiós ventaja, adiós apuesta. Y yo, como idiota, había puesto un extra en que iba a sacar más de 90 puntos en la ronda. ¿Resultado? Cartera vacía y cara de tonto.
Es que esto del drifting es un maldito vicio. Crees que lo tienes todo calculado: estudias las líneas, los pilotos, hasta el maldito clima, pero luego viene una derrapada inesperada y te das cuenta de que no controlas nada. La adrenalina me ciega, lo admito. Cada vez que veo esas nubes de humo y los carros rozando las paredes, mi cerebro dice "¡apuesta, apuesta ahora!", pero mi cuenta bancaria grita "¡para, loco!". Ya van tres veces este mes que me pasa lo mismo. La semana pasada fue con el evento en Ebisu, juré que el veterano Saito iba a dominar, pero un error en la entrada y chau, otro boleto perdido.
Lo peor es que no aprendo. Sigo pensando que puedo descifrar este deporte, que con suficiente atención voy a predecir quién se lleva el podio. Pero el drifting no es como el fútbol o las carreras lineales, aquí el más mínimo desliz lo cambia todo. ¿Alguien más se ha quemado así con estas apuestas? Porque yo ya estoy a punto de vender mi tele para no seguir cayendo en la tentación. Aunque, siendo honesto, probablemente use esa plata para apostar en la próxima fecha. ¡Malditas curvas!