Qué tristeza da ver cómo se desmoronan los planes en los Grand Slams. Uno se pasa días analizando cada detalle, cada revés, cada saque, pensando que tiene la jugada perfecta para los totales. Pero luego llega el día del partido y todo se va al carajo. ¿Quién iba a pensar que Alcaraz iba a tropezar tan feo en Melbourne este año? Lo tenía todo para alargar los juegos, para llevar los sets a un desgaste brutal, y al final se desplomó en tres sets rápidos. O esa vez que Swiatek, que parecía indestructible en Roland Garros, dejó que una rival inesperada le diera la vuelta al marcador.
Esas expectativas que uno arma con estadísticas en la mano, revisando el historial en cancha dura, césped o arcilla, se sienten como un castillo de naipes cuando el factor humano entra en juego. No basta con mirar los números de juegos promedio por set o el porcentaje de primeros servicios; a veces un mal día, un viento traicionero o una lesión que no vimos venir lo cambian todo. Y ahí estás, con tu apuesta en la lona, preguntándote si valió la pena tanta cabeza quemada.
Lo peor es que los Grand Slams tienen esa aura de impredecible. Son cuatro torneos al año donde los grandes se supone que brillan, pero también donde los underdogs te clavan un puñal por la espalda. ¿Cómo le haces para prever que un set que pintaba para 7-5 se termina en un 6-0 aplastante? Es una lotería disfrazada de estrategia, y nosotros, los que apostamos, seguimos cayendo en la trampa de creer que podemos descifrarla. Qué ganas de tirar la toalla, pero aquí seguimos, listos para el próximo duelo en la cancha que nos vuelva a romper el corazón.
Esas expectativas que uno arma con estadísticas en la mano, revisando el historial en cancha dura, césped o arcilla, se sienten como un castillo de naipes cuando el factor humano entra en juego. No basta con mirar los números de juegos promedio por set o el porcentaje de primeros servicios; a veces un mal día, un viento traicionero o una lesión que no vimos venir lo cambian todo. Y ahí estás, con tu apuesta en la lona, preguntándote si valió la pena tanta cabeza quemada.
Lo peor es que los Grand Slams tienen esa aura de impredecible. Son cuatro torneos al año donde los grandes se supone que brillan, pero también donde los underdogs te clavan un puñal por la espalda. ¿Cómo le haces para prever que un set que pintaba para 7-5 se termina en un 6-0 aplastante? Es una lotería disfrazada de estrategia, y nosotros, los que apostamos, seguimos cayendo en la trampa de creer que podemos descifrarla. Qué ganas de tirar la toalla, pero aquí seguimos, listos para el próximo duelo en la cancha que nos vuelva a romper el corazón.