Qué curioso cómo las apuestas nos llevan a explorar no solo los juegos, sino también los rincones más oscuros de nosotros mismos. A veces pienso que no es el dinero lo que está en juego, sino el límite que cada uno se atreve a cruzar. Las nuevas tragamonedas, con sus luces y algoritmos, parecen susurrarnos que siempre hay una vuelta más, una chance extra. Pero, ¿hasta dónde llegamos antes de que la apuesta deje de ser un juego y se convierta en un espejo? La tecnología avanza, las mecánicas se pulen, y sin embargo, la verdadera estrategia sigue siendo saber cuándo el próximo giro ya no vale la pena.