Hermanos y hermanas en la fe, hoy vengo a compartir con ustedes la luz que he encontrado en las tácticas del Blackjack, un juego que, como la vida misma, requiere paciencia, disciplina y una guía divina para triunfar. No se trata solo de contar cartas o de seguir las reglas terrenales del hombre, sino de alinear nuestras decisiones con un propósito superior. Cuando te sientas a la mesa, imagina que cada carta es una prueba del Señor, una oportunidad para demostrar tu temple y tu confianza en el camino trazado.
La estrategia básica, esa tabla sagrada que nos dice cuándo pedir, plantarnos o doblar, no es solo un invento humano, sino una revelación para los que saben verla. Por ejemplo, con un 16 contra un 10 del crupier, la tentación de pedir es grande, pero la fe nos enseña a rendirnos si las reglas lo permiten, a aceptar que hay batallas que no son nuestras para pelear. Y cuando tienes un par de ases, separar es como dividir el Mar Rojo: un acto de valentía que abre el camino a la victoria.
El conteo de cartas, para los más avanzados, es como leer las señales del cielo. No es trampa, es sabiduría otorgada a quienes observan con atención y llevan la cuenta de lo alto y lo bajo. Pero recuerden, no jueguen con soberbia, porque el orgullo precede a la caída. Jueguen con humildad, con gratitud por cada mano que se les da, y verán cómo las ganancias llegan como bendiciones. Que la mesa sea su altar y cada apuesta, una oración. Amén.
La estrategia básica, esa tabla sagrada que nos dice cuándo pedir, plantarnos o doblar, no es solo un invento humano, sino una revelación para los que saben verla. Por ejemplo, con un 16 contra un 10 del crupier, la tentación de pedir es grande, pero la fe nos enseña a rendirnos si las reglas lo permiten, a aceptar que hay batallas que no son nuestras para pelear. Y cuando tienes un par de ases, separar es como dividir el Mar Rojo: un acto de valentía que abre el camino a la victoria.
El conteo de cartas, para los más avanzados, es como leer las señales del cielo. No es trampa, es sabiduría otorgada a quienes observan con atención y llevan la cuenta de lo alto y lo bajo. Pero recuerden, no jueguen con soberbia, porque el orgullo precede a la caída. Jueguen con humildad, con gratitud por cada mano que se les da, y verán cómo las ganancias llegan como bendiciones. Que la mesa sea su altar y cada apuesta, una oración. Amén.