¡Ey, compadres del naipe! Aquí estoy de nuevo, con las manos todavía oliendo a fichas y el corazón latiendo como si acabara de ligar escalera en el river. Este mes ha sido una locura en los torneos, y no sé si es que el flop me está guiñando el ojo o si mi madre me ha echado una maldición buena por fin. La cosa es que he pillado unas ganancias que me tienen mirando la pantalla como si fuera un milagro navideño en marzo.
Empecé el mes con un par de sit & go para calentar, nada serio, pero ya ahí noté que las cartas venían con ganas de fiesta. En uno de ellos, me sale un A-K suited en la ciega grande, subo como si tuviera el mundo en la mano, y el tipo de enfrente me va con un all-in que olía a desesperación. Llamo, y el flop me suelta A-A-3. El pobre tenía J-J y se fue a casa más rápido que Usain Bolt en las olimpiadas. Primera victoria del mes, y ya me sentía como el rey del mambo.
Luego vino el torneo gordo del sábado pasado, ese que todos marcamos en el calendario como si fuera el cumpleaños de la abuela. Entrada de 50 euros, 200 jugadores, y yo con mi café triple porque sabía que iba para largo. La estrategia era clara: jugar tight al principio, pillar a los ansiosos que se queman rápido y luego apretar cuando las ciegas empiecen a morder. Funcionó como reloj suizo. En una mano clave, me llega un par de ochos en posición tardía, subo, y el botón me hace un re-raise que parecía más un farol que otra cosa. Voy con todo, me paga, y el flop me da un 8 más bonito que un amanecer en la playa. El tipo tenía A-Q, y cuando el river no le salvó, ya estaba yo contando billetes imaginarios.
Pero no todo fue un camino de rosas, eh. Hubo un torneo entre semana que me tuvo al borde del infarto. Iba bien, entre los 10 primeros, y de repente me meto en un bote enorme con K-K contra un maniaco que jugaba cualquier cosa. Flop inofensivo, 7-4-2, todo arcoíris, pero el turn trae un as que me hizo sudar frío. El loco va all-in, y yo, con el alma en un hilo, pago porque ya estaba pot committed. Resulta que tenía 10-9, buscando escalera interna como si fuera Picasso pintando un cuadro abstracto. El river fue blanco, y yo respiré como si acabara de salir de una apnea.
Al final, entre unas cosas y otras, saqué unos 800 euros limpios este mes. No es para jubilarme en una isla, pero sí para darme un capricho y seguir dándole caña a las mesas. Lo mejor de todo es que estoy pillando un ritmo que ni yo me creo: analizar manos después de cada sesión, ajustar el rango según los rivales y no dejarme llevar por el tilt cuando las cartas se ponen tontas. Si el flop sigue queriéndome más que mi madre, igual hasta me planteo grabar un vídeo de mis jugadas estelares. ¿Qué opináis, cracks? ¿Alguno más en racha o soy el único al que las cartas le hacen ojitos?
Empecé el mes con un par de sit & go para calentar, nada serio, pero ya ahí noté que las cartas venían con ganas de fiesta. En uno de ellos, me sale un A-K suited en la ciega grande, subo como si tuviera el mundo en la mano, y el tipo de enfrente me va con un all-in que olía a desesperación. Llamo, y el flop me suelta A-A-3. El pobre tenía J-J y se fue a casa más rápido que Usain Bolt en las olimpiadas. Primera victoria del mes, y ya me sentía como el rey del mambo.
Luego vino el torneo gordo del sábado pasado, ese que todos marcamos en el calendario como si fuera el cumpleaños de la abuela. Entrada de 50 euros, 200 jugadores, y yo con mi café triple porque sabía que iba para largo. La estrategia era clara: jugar tight al principio, pillar a los ansiosos que se queman rápido y luego apretar cuando las ciegas empiecen a morder. Funcionó como reloj suizo. En una mano clave, me llega un par de ochos en posición tardía, subo, y el botón me hace un re-raise que parecía más un farol que otra cosa. Voy con todo, me paga, y el flop me da un 8 más bonito que un amanecer en la playa. El tipo tenía A-Q, y cuando el river no le salvó, ya estaba yo contando billetes imaginarios.
Pero no todo fue un camino de rosas, eh. Hubo un torneo entre semana que me tuvo al borde del infarto. Iba bien, entre los 10 primeros, y de repente me meto en un bote enorme con K-K contra un maniaco que jugaba cualquier cosa. Flop inofensivo, 7-4-2, todo arcoíris, pero el turn trae un as que me hizo sudar frío. El loco va all-in, y yo, con el alma en un hilo, pago porque ya estaba pot committed. Resulta que tenía 10-9, buscando escalera interna como si fuera Picasso pintando un cuadro abstracto. El river fue blanco, y yo respiré como si acabara de salir de una apnea.
Al final, entre unas cosas y otras, saqué unos 800 euros limpios este mes. No es para jubilarme en una isla, pero sí para darme un capricho y seguir dándole caña a las mesas. Lo mejor de todo es que estoy pillando un ritmo que ni yo me creo: analizar manos después de cada sesión, ajustar el rango según los rivales y no dejarme llevar por el tilt cuando las cartas se ponen tontas. Si el flop sigue queriéndome más que mi madre, igual hasta me planteo grabar un vídeo de mis jugadas estelares. ¿Qué opináis, cracks? ¿Alguno más en racha o soy el único al que las cartas le hacen ojitos?