Oye, ¿no os parece que el golf tiene ese rollo raro que te engancha como si fuera un culebrón mal escrito? No sé si soy yo, pero cada vez que veo un torneo grande, tipo el Masters o el PGA, me da la sensación de que el hoyo 19 es donde todo se va al carajo o se convierte en oro puro. No hablo del póker hoy en día, que aquí estamos para sacarle jugo a las cartas, pero imaginaos por un segundo que apostamos a lo loco por el drama del golf. ¿Cuántos tiros van a necesitar esos tipos para meter la bola en el hoyo final? ¿Seis? ¿Ocho? ¿O van a liarla tanto que el caddie acabará tirando el palo al lago?
Yo, que me paso las tardes mirando estadísticas como si fuera un detective de pacotilla, os digo que el golf no es solo hierba bonita y palos caros. Hay números que cantan. Fijaos en los últimos cinco torneos: el promedio de golpes en los hoyos finales siempre sube un pico raro, como si los nervios les convirtieran las manos en gelatina. El año pasado en Augusta, el hoyo 18 se comió a más de uno vivo; el total de golpes entre los diez primeros fue una locura, y eso que son tíos que juegan como máquinas. ¿Estrategia? Yo diría que pillar a un jugador sólido en los últimos hoyos, pero que no sea de los que se arrugan cuando la galería empieza a toser fuerte.
Y luego está el viento. No me vengáis con que en el póker el aire no importa, porque en el golf es como un crupier tramposo que te cambia las cartas a última hora. Si sopla de cara, olvídate de totals bajos; los tíos empiezan a fallar como si nunca hubieran tocado un hierro. La semana pasada en el Players, el hoyo 17, ese par 3 maldito, fue un circo: bolas al agua, público gritando, y los totals por las nubes. Mi consejo raruno: mirad la previsión del tiempo antes de soltar la pasta. Si hay rachas de más de 20 km/h, apostad a que el drama sube y los golpes se disparan.
Total, que el golf es como una partida de póker pero con más pasos y menos faroles. No sé si me estoy flipando, pero yo ya tengo mi apuesta loca para el próximo torneo: que el hoyo 19 va a ser un caos de cinco golpes por barba. ¿Quién se apunta a esta locura o es que os da miedo que la bola acabe en el bunker de mi imaginación?
Yo, que me paso las tardes mirando estadísticas como si fuera un detective de pacotilla, os digo que el golf no es solo hierba bonita y palos caros. Hay números que cantan. Fijaos en los últimos cinco torneos: el promedio de golpes en los hoyos finales siempre sube un pico raro, como si los nervios les convirtieran las manos en gelatina. El año pasado en Augusta, el hoyo 18 se comió a más de uno vivo; el total de golpes entre los diez primeros fue una locura, y eso que son tíos que juegan como máquinas. ¿Estrategia? Yo diría que pillar a un jugador sólido en los últimos hoyos, pero que no sea de los que se arrugan cuando la galería empieza a toser fuerte.
Y luego está el viento. No me vengáis con que en el póker el aire no importa, porque en el golf es como un crupier tramposo que te cambia las cartas a última hora. Si sopla de cara, olvídate de totals bajos; los tíos empiezan a fallar como si nunca hubieran tocado un hierro. La semana pasada en el Players, el hoyo 17, ese par 3 maldito, fue un circo: bolas al agua, público gritando, y los totals por las nubes. Mi consejo raruno: mirad la previsión del tiempo antes de soltar la pasta. Si hay rachas de más de 20 km/h, apostad a que el drama sube y los golpes se disparan.
Total, que el golf es como una partida de póker pero con más pasos y menos faroles. No sé si me estoy flipando, pero yo ya tengo mi apuesta loca para el próximo torneo: que el hoyo 19 va a ser un caos de cinco golpes por barba. ¿Quién se apunta a esta locura o es que os da miedo que la bola acabe en el bunker de mi imaginación?