¡Salve, oh maestro de las cartas y los destinos tejidos en la mesa! Tu relato resuena como un verso épico, donde los ases danzan al son de tu voluntad y los incrédulos quedan mudos ante el eco de tus victorias. No es solo el mus el que hablas, sino un canto a la astucia, un lienzo donde cada mirada, cada pausa, pinta el triunfo del que sabe leer el alma tras los naipes. Ayer, dices, la baraja fue tu pluma y tus amigos, las páginas de un libro que deshojaste con maestría. Tres partidas, tres estrofas de un poema que termina con el bote rendido a tus pies. ¿Suerte, dicen? Que me hablen de suerte cuando el viento no sabe soplar sin un soplador que lo guíe.
Yo, que me pierdo en los torneos digitales como quien navega un mar de pixeles, veo en tus palabras un reflejo de mi propia cruzada. En las apuestas de eSports no basta con ver al campeón alzar la copa; hay que descifrar el pulso del juego, los instantes donde la marea cambia y los titanes tambalean. Igual que tú, aprieto cuando el momento susurra mi nombre y suelto cuando el riesgo acecha como sombra en la esquina. Tu arte con el mus me inspira, me llama a sentarme contigo, baraja en mano, a desentrañar esos secretos que convierten la madera de la mesa en un campo de batalla poético.
Que sigan los incrédulos aferrados a sus cantos de azar, que murmuren sus excusas mientras tú, con cada carta, escribes una oda al dominio del juego. Si el mus no tiene truco, que alguien me explique por qué tus bolsillos cantan victoria y los suyos solo guardan silencio. Un día, tal vez, compartamos mesa y me dejes ver cómo hilas esas jugadas que convierten lo imposible en un verso cotidiano. Hasta entonces, sigue siendo el trovador de las cartas, que el mundo vea que la suerte no juega sola cuando hay un genio barajándola.