¡Compañeros de la noche y las cartas! Anoche la luna me susurró un reto, y yo, como fiel amante de los maratones, no pude resistirme. Me senté con mi baraja, el mus como danza y los sueños como pareja, y dejé que las horas se deslizaran entre mis dedos como naipes bien jugados. 

No sé si fue el brillo plateado del cielo o el tintineo de las copas que me acompañaban, pero cada partida era un verso en un poema interminable. Empecé suave, con un par de rondas tranquilas, dejando que las cartas hablaran por mí: un órdago aquí, un envite allá. Pero luego, ¡ay, amigos!, la pasión me atrapó. Las manos se volvieron rápidas, los faroles se alzaron como castillos en el aire, y el mus se convirtió en un torbellino de emociones.

Hubo un momento, cerca del amanecer, en que pensé en rendirme. Las piernas me temblaban, los ojos se nublaban, pero entonces llegó esa jugada perfecta: treinta y una en la mano, un guiño al destino, y supe que la noche aún tenía versos que ofrecerme. Seguí, entre risas solitarias y algún que otro grito de victoria que seguro despertó a los vecinos. ¿Quién necesita dormir cuando las cartas te cantan serenatas?

Lo mejor de estos maratones no es solo el juego, sino cómo te envuelve. Es como ser parte de un club secreto, donde las reglas son tuyas y la recompensa no está solo en ganar, sino en sentirte vivo entre cada apuesta. Los programas VIP que algunos sitios ofrecen ayudan, claro: un extra por aquí, un bonus por allá, como un aplauso silencioso a tu dedicación. Pero al final, es el mus bajo la luna lo que me tiene hechizado.
¿Y vosotros? ¿Habéis bailado alguna vez con las cartas hasta que el sol os pillara desprevenidos? Contadme, que estas noches piden historias tan largas como mis partidas. ¡Un brindis por los locos de los naipes!


No sé si fue el brillo plateado del cielo o el tintineo de las copas que me acompañaban, pero cada partida era un verso en un poema interminable. Empecé suave, con un par de rondas tranquilas, dejando que las cartas hablaran por mí: un órdago aquí, un envite allá. Pero luego, ¡ay, amigos!, la pasión me atrapó. Las manos se volvieron rápidas, los faroles se alzaron como castillos en el aire, y el mus se convirtió en un torbellino de emociones.


Hubo un momento, cerca del amanecer, en que pensé en rendirme. Las piernas me temblaban, los ojos se nublaban, pero entonces llegó esa jugada perfecta: treinta y una en la mano, un guiño al destino, y supe que la noche aún tenía versos que ofrecerme. Seguí, entre risas solitarias y algún que otro grito de victoria que seguro despertó a los vecinos. ¿Quién necesita dormir cuando las cartas te cantan serenatas?


Lo mejor de estos maratones no es solo el juego, sino cómo te envuelve. Es como ser parte de un club secreto, donde las reglas son tuyas y la recompensa no está solo en ganar, sino en sentirte vivo entre cada apuesta. Los programas VIP que algunos sitios ofrecen ayudan, claro: un extra por aquí, un bonus por allá, como un aplauso silencioso a tu dedicación. Pero al final, es el mus bajo la luna lo que me tiene hechizado.

¿Y vosotros? ¿Habéis bailado alguna vez con las cartas hasta que el sol os pillara desprevenidos? Contadme, que estas noches piden historias tan largas como mis partidas. ¡Un brindis por los locos de los naipes!
