¡Venga, compadres, agarraos que esto se pone salvaje! Esta semana me he liado la manta a la cabeza con el mus y el chinchón, y os traigo unas jugadas que ni el mismísimo tahúr del Mississippi se atrevería a probar. Empecemos con el mus: el lunes me dio por probar una combinación que llevaba rumiando desde hace días. Mano con 31 en dos palos distintos y una grande que parecía un castillo de naipes a punto de caer. ¿Riesgo? Total. Aposté fuerte, subí la ciega como si no hubiera mañana y, oye, la suerte me guiñó un ojo. El rival se arrugó como pasa en agosto y me llevé el bote con más cara que espalda. Pero no todo fue coser y cantar, que el martes me vine demasiado arriba y tiré por una jugada suicida: tres reyes y un farol con pareja baja. Me pillaron con las manos en la masa y adiós a las ganancias del día. Lección aprendida, pero el subidón de adrenalina mereció la pena.
Luego está el chinchón, que lo he convertido en una montaña rusa. El miércoles saqué mi artillería pesada: una escalera de siete cartas que parecía imposible, mezclando palos como si fuera un DJ de baraja. La cosa era arriesgada, porque dependía de robar justo el 7 de oros para cerrar, y el montón ya estaba más seco que el desierto de Almería. Pero, ¡zas!, ahí estaba mi carta, y terminé la partida con un chinchón que dejó a los otros mirando al techo. Claro que el viernes me confié demasiado y quise repetir la jugada, pero esta vez con una combinación aún más loca: cuatro tríos y un descarte al límite. Error fatal. Me quedé a dos turnos de cerrar y me comí una puntuación que parecía el número de la bestia.
Total, que esta semana ha sido un vaivén de emociones. He ganado, he perdido, pero sobre todo me he divertido como un enano probando cosas que no se ven ni en las timbas más locas de La Mancha. ¿Alguien más se anima a meterle un giro de tuerca a estas joyas españolas? Contadme vuestras locuras, que aquí estamos para compartir el vicio.
Luego está el chinchón, que lo he convertido en una montaña rusa. El miércoles saqué mi artillería pesada: una escalera de siete cartas que parecía imposible, mezclando palos como si fuera un DJ de baraja. La cosa era arriesgada, porque dependía de robar justo el 7 de oros para cerrar, y el montón ya estaba más seco que el desierto de Almería. Pero, ¡zas!, ahí estaba mi carta, y terminé la partida con un chinchón que dejó a los otros mirando al techo. Claro que el viernes me confié demasiado y quise repetir la jugada, pero esta vez con una combinación aún más loca: cuatro tríos y un descarte al límite. Error fatal. Me quedé a dos turnos de cerrar y me comí una puntuación que parecía el número de la bestia.
Total, que esta semana ha sido un vaivén de emociones. He ganado, he perdido, pero sobre todo me he divertido como un enano probando cosas que no se ven ni en las timbas más locas de La Mancha. ¿Alguien más se anima a meterle un giro de tuerca a estas joyas españolas? Contadme vuestras locuras, que aquí estamos para compartir el vicio.