¡Ey, compadres! Aquí estoy otra vez, el rey del "flat-bet", o eso me gusta creer cuando el mus me guiña el ojo y me dice "tú puedes con esto". Llevo semanas aplicando mi sistema de apuestas planas, todo controlado, todo medido, como si fuera un reloj suizo. Una unidad por aquí, otra por allá, sin emociones, sin locuras... hasta que el chinchón entra en escena y me da un zasca en toda la cara. 
Os cuento: empecé con el mus, ese juego que todos juramos que dominamos después de tres partidas en la barra del bar. Mi estrategia era sólida, o eso pensaba. Apostaba lo mismo siempre, sin desviarme, confiando en que la consistencia me iba a llevar a la gloria. Y oye, funcionaba. Gané un par de rondas, me sentía como el Cid Campeador de las cartas. Pero claro, el mus es traicionero, te hace creer que lo tienes todo atado y luego te mete un farol que ni te ves venir. Ahí ya empecé a oler el desastre, pero me dije: "Tranquilo, sigue con el plan, no te dejes llevar".
Y entonces, como si el destino quisiera darme una lección, me pasé al chinchón con unos colegas. "Total, si controlo el mus, esto será pan comido", pensé. Error garrafal. El chinchón es como ese primo listo que te vacila en la cena de Navidad: parece fácil, pero te desmonta en dos jugadas. Seguí con mis apuestas planas, erre que erre, pero entre las escaleras que no salían y las veces que me comí un corte de 50 puntos, mi bankroll empezó a parecerse al presupuesto de un estudiante en fin de mes.
Total, que mi querido "flat-bet" me ha enseñado dos cosas: una, que la disciplina está genial hasta que el juego te recuerda quién manda; y dos, que cambiar de mus a chinchón sin ajustar el chip es como ir a por un toro con un palillo. ¿Resultados? Bueno, digamos que mi orgullo está más herido que mi cartera, pero aquí sigo, tozudo como buen español, listo para otra ronda. ¿Alguien más se ha llevado un revolcón por confiar demasiado en su sistema? ¡Contadme, que no sea el único llorando en el bar!

Os cuento: empecé con el mus, ese juego que todos juramos que dominamos después de tres partidas en la barra del bar. Mi estrategia era sólida, o eso pensaba. Apostaba lo mismo siempre, sin desviarme, confiando en que la consistencia me iba a llevar a la gloria. Y oye, funcionaba. Gané un par de rondas, me sentía como el Cid Campeador de las cartas. Pero claro, el mus es traicionero, te hace creer que lo tienes todo atado y luego te mete un farol que ni te ves venir. Ahí ya empecé a oler el desastre, pero me dije: "Tranquilo, sigue con el plan, no te dejes llevar".
Y entonces, como si el destino quisiera darme una lección, me pasé al chinchón con unos colegas. "Total, si controlo el mus, esto será pan comido", pensé. Error garrafal. El chinchón es como ese primo listo que te vacila en la cena de Navidad: parece fácil, pero te desmonta en dos jugadas. Seguí con mis apuestas planas, erre que erre, pero entre las escaleras que no salían y las veces que me comí un corte de 50 puntos, mi bankroll empezó a parecerse al presupuesto de un estudiante en fin de mes.

Total, que mi querido "flat-bet" me ha enseñado dos cosas: una, que la disciplina está genial hasta que el juego te recuerda quién manda; y dos, que cambiar de mus a chinchón sin ajustar el chip es como ir a por un toro con un palillo. ¿Resultados? Bueno, digamos que mi orgullo está más herido que mi cartera, pero aquí sigo, tozudo como buen español, listo para otra ronda. ¿Alguien más se ha llevado un revolcón por confiar demasiado en su sistema? ¡Contadme, que no sea el único llorando en el bar!
