Noche tras noche, cuando la luna se alza y el silencio abraza las calles, los dados comienzan su danza. Hay algo mágico en esas horas tardías, cuando los coeficientes brillan como estrellas fugaces, tentándome a probar suerte. No se trata solo de ganar, sino de sentir el pulso del riesgo, de dejar que la adrenalina fluya mientras los cubos giran y caen. A veces me pregunto si son ellos los que me controlan a mí, si cada tirada es un paso más en un baile sin fin bajo la luz plateada. Hasta dónde llegaré esta vez, no lo sé, pero el límite siempre está ahí, susurrándome que no cruce la línea, aunque la tentación sea un canto imposible de ignorar. ¿Y ustedes, amigos nocturnos, hasta dónde los lleva esta danza?