Compañeros de la mesa, ¿han sentido alguna vez el susurro del triunfo rozando sus dedos mientras las cartas danzan? En este juego de ases y reyes, donde el destino se juega en cada esquina, les comparto un secreto que me ha guiado bajo las luces tenues de la sala. No se trata solo de leer al rival, sino de escuchar el ritmo de sus dudas: un parpadeo, un suspiro, un leve temblor al apostar. Ahí, en ese instante, el póker se convierte en un vals silencioso.
Mis noches frente al tapete me han enseñado que la escalera real no siempre grita su llegada; a veces, se cuela como brisa entre las rendijas de una mano modesta. ¿Mi truco? Paciencia afilada y un farol que no tiembla. Si el bote crece como tormenta, dejen que los novatos se ahoguen en su prisa; los reyes esperan a quienes saben contar los latidos.
Que las fichas sigan rodando y las victorias canten bajito, amigos.
Mis noches frente al tapete me han enseñado que la escalera real no siempre grita su llegada; a veces, se cuela como brisa entre las rendijas de una mano modesta. ¿Mi truco? Paciencia afilada y un farol que no tiembla. Si el bote crece como tormenta, dejen que los novatos se ahoguen en su prisa; los reyes esperan a quienes saben contar los latidos.

Que las fichas sigan rodando y las victorias canten bajito, amigos.
