¡Qué tal, compañeros de la mesa! Les cuento mi última hazaña en el torneo del sábado pasado, porque esta merece un sitio en el salón de la fama personal. Estaba en una mesa dura, de esas donde todos parecen saber más de tus cartas que tú mismo, y yo ya iba con el agua al cuello: las ciegas subiendo, mi pila de fichas parecía un castillo de naipes a punto de caer, y el alquiler del mes mirándome con cara de "o me pagas o te mudas al sofá de tu madre".
Llega la mano clave. Estoy en posición media con un par de nueves, nada del otro mundo, pero suficiente para soñar. Subo la apuesta, confiado, como si tuviera ases en la manga (literalmente no los tenía, pero el farol es un arte). El tipo a mi izquierda, un veterano con cara de haber visto más flops que años tengo yo, me iguala sin pestañear. Los demás se retiran como si les hubiera mostrado el futuro en una bola de cristal. Al lío: el flop viene 9-7-2. Tres nueves en mi poder, un full house servido en bandeja. Mi corazón latía como si estuviera en la final de la WSOP, pero mi cara era de piedra, puro póker face.
El tipo apuesta fuerte, y yo pienso: "O tiene una escalera o me está probando". Decido seguirle el juego, igualo y dejo que el turno traiga un 8. Ahí se arma el caos en mi cabeza: si tenía 10-J, ya estaba celebrando su escalera. Pero no, amigos, no me iba a rendir tan fácil. Subo la apuesta, él me mira como si quisiera leerme el alma, y va all-in. Yo, con el alquiler en juego y mi dignidad en la línea, digo "venga, vamos a ver quién ríe último". Igualo sin dudarlo.
River: un 4 inútil. Mostramos cartas. El hombre tenía 10-J, escalera hecha y derecha, y una sonrisa que se le borró cuando vio mi full house. La mesa se quedó en silencio, yo recogí las fichas como quien recoge un tesoro pirata, y ese bote no solo me salvó el torneo, sino que pagó el alquiler y me dejó para unas cervezas extras. Moraleja: a veces, un par de nueves y un poco de cara dura te llevan más lejos que una escalera perfecta. ¡A seguir dándole a las cartas!
Llega la mano clave. Estoy en posición media con un par de nueves, nada del otro mundo, pero suficiente para soñar. Subo la apuesta, confiado, como si tuviera ases en la manga (literalmente no los tenía, pero el farol es un arte). El tipo a mi izquierda, un veterano con cara de haber visto más flops que años tengo yo, me iguala sin pestañear. Los demás se retiran como si les hubiera mostrado el futuro en una bola de cristal. Al lío: el flop viene 9-7-2. Tres nueves en mi poder, un full house servido en bandeja. Mi corazón latía como si estuviera en la final de la WSOP, pero mi cara era de piedra, puro póker face.
El tipo apuesta fuerte, y yo pienso: "O tiene una escalera o me está probando". Decido seguirle el juego, igualo y dejo que el turno traiga un 8. Ahí se arma el caos en mi cabeza: si tenía 10-J, ya estaba celebrando su escalera. Pero no, amigos, no me iba a rendir tan fácil. Subo la apuesta, él me mira como si quisiera leerme el alma, y va all-in. Yo, con el alquiler en juego y mi dignidad en la línea, digo "venga, vamos a ver quién ríe último". Igualo sin dudarlo.
River: un 4 inútil. Mostramos cartas. El hombre tenía 10-J, escalera hecha y derecha, y una sonrisa que se le borró cuando vio mi full house. La mesa se quedó en silencio, yo recogí las fichas como quien recoge un tesoro pirata, y ese bote no solo me salvó el torneo, sino que pagó el alquiler y me dejó para unas cervezas extras. Moraleja: a veces, un par de nueves y un poco de cara dura te llevan más lejos que una escalera perfecta. ¡A seguir dándole a las cartas!