Bueno, aquí estoy, compartiendo una de esas historias que parecen sacadas de una peli de bajo presupuesto, pero con un giro que me hizo sudar más que corriendo un maratón sin entrenar. Todo empezó en un bar cutre, de esos donde la cerveza está más caliente que el ambiente. Estaba con los colegas, hablando de fútbol como si fuéramos expertos de la tele, cuando alguien soltó: “Oye, ¿y si apostamos a algo loco?”. Y yo, que siempre he tenido más curiosidad que sentido común, dije “venga, va”.
La cosa es que no me fui a lo típico, no. Nada de “gana el Madrid” o “Messi marca un gol”. Me dio por meterme en una combinada de esas que parecen un jeroglífico: un partido de la liga inglesa, otro de la italiana, y hasta una apuesta al número de córners en un partido de la Bundesliga. ¿Por qué? Ni idea. Supongo que quería sentir la adrenalina de jugármela a lo grande. Total, puse 20 euros, que era lo que llevaba suelto después de pagar las rondas.
Los primeros partidos fueron un sube y baja emocional. El equipo inglés remontó de milagro en el minuto 93, y yo gritando en el bar como si hubiera marcado yo. El italiano fue más tranquilo, pero cada falta cerca del área me hacía apretar el vaso hasta casi romperlo. Luego llegó el partido alemán, y ahí sí que la cosa se puso seria. Necesitaba que hubiera más de 10 córners, y al descanso iban solo 3. Pensé: “Ya está, he tirado 20 euros por la ventana”. Pero, cosas del destino, en la segunda parte los equipos se volvieron locos: córners cada dos por tres, como si el balón tuviera alergia a quedarse en el campo.
Al final, gané. No fue una fortuna de esas que te compran un yate, pero sí lo suficiente para invitar a todos en el bar y aún sobró para un capricho. Pero, ojo, aquí va la lección, porque no todo es tan bonito como lo pintan. Esa noche dormí fatal, dándole vueltas a cada minuto de los partidos, a cada decisión que pudo salir mal. Apostar así, a lo loco, te hace vibrar, pero también te deja el corazón en un puño. Desde entonces, me lo tomo con más cabeza: estudio los equipos, miro estadísticas, y no me dejo llevar por el subidón del momento. Porque, seamos sinceros, sudar por una apuesta está bien… pero mejor sudar por algo que controlas un poco más.
La cosa es que no me fui a lo típico, no. Nada de “gana el Madrid” o “Messi marca un gol”. Me dio por meterme en una combinada de esas que parecen un jeroglífico: un partido de la liga inglesa, otro de la italiana, y hasta una apuesta al número de córners en un partido de la Bundesliga. ¿Por qué? Ni idea. Supongo que quería sentir la adrenalina de jugármela a lo grande. Total, puse 20 euros, que era lo que llevaba suelto después de pagar las rondas.
Los primeros partidos fueron un sube y baja emocional. El equipo inglés remontó de milagro en el minuto 93, y yo gritando en el bar como si hubiera marcado yo. El italiano fue más tranquilo, pero cada falta cerca del área me hacía apretar el vaso hasta casi romperlo. Luego llegó el partido alemán, y ahí sí que la cosa se puso seria. Necesitaba que hubiera más de 10 córners, y al descanso iban solo 3. Pensé: “Ya está, he tirado 20 euros por la ventana”. Pero, cosas del destino, en la segunda parte los equipos se volvieron locos: córners cada dos por tres, como si el balón tuviera alergia a quedarse en el campo.
Al final, gané. No fue una fortuna de esas que te compran un yate, pero sí lo suficiente para invitar a todos en el bar y aún sobró para un capricho. Pero, ojo, aquí va la lección, porque no todo es tan bonito como lo pintan. Esa noche dormí fatal, dándole vueltas a cada minuto de los partidos, a cada decisión que pudo salir mal. Apostar así, a lo loco, te hace vibrar, pero también te deja el corazón en un puño. Desde entonces, me lo tomo con más cabeza: estudio los equipos, miro estadísticas, y no me dejo llevar por el subidón del momento. Porque, seamos sinceros, sudar por una apuesta está bien… pero mejor sudar por algo que controlas un poco más.