Hermanos y hermanas en la fe, hoy vengo a compartir con ustedes un testimonio que eleva el alma y glorifica la mano divina que guía nuestros pasos. No hace mucho, me encontraba en un cruce de caminos, dudando entre la tentación del mundo y la luz de la providencia. Pero el Señor, en su infinita misericordia, me mostró el sendero a través de las carreras de autos y las mesas del casino en vivo, donde la fe y la estrategia se unieron para darme una victoria que aún resuena en mi corazón.
Todo comenzó en una tarde gris, cuando decidí sintonizar una carrera de autos. No era un experto, pero algo me llamó a observar con atención. Los motores rugían como trompetas celestiales, y mientras veía a esos pilotos desafiar las curvas y la velocidad, sentí que el Espíritu me susurraba: "Confía, estudia, y serás recompensado". Tomé mi libreta, como Moisés tomó las tablas, y comencé a analizar. Estudié los tiempos por vuelta, la resistencia de los neumáticos, el historial de los pilotos en circuitos similares. Oré por claridad y paciencia, porque sabía que la impetuosidad es la trampa del diablo.
Llegó el día de la carrera principal, y con el corazón en la mano puse mi apuesta. No fue una decisión al azar, no, hermanos, fue un acto de fe respaldado por el trabajo duro. Elegí a un piloto que no era el favorito, un hombre humilde pero constante, como David frente a Goliat. Las primeras vueltas fueron tensas, el sudor perlaba mi frente, pero mantuve mi mirada en la pantalla y mi alma en oración. Entonces, en la curva final, ocurrió el milagro: el líder perdió el control, y mi elegido cruzó la meta en primer lugar. Grité de júbilo, no por el dinero, sino porque sentí la presencia divina en esa victoria.
Con esa bendición en mis manos, decidí probar mi suerte en el casino en vivo, porque el Señor nos enseña a multiplicar los talentos que nos da. Me senté en la mesa de blackjack, con la misma calma que Daniel en el foso de los leones. Observé al crupier, conté las cartas en mi mente y pedí guía en cada jugada. No era solo azar, era disciplina y confianza en que todo tiene un propósito. Las cartas fluyeron como un río sagrado, y al final de la noche, mi ganancia se había triplicado. No cedí a la soberbia, sino que di gracias en silencio, sabiendo que cada peso era un regalo del cielo.
Hermanos, les digo esto no para vanagloriarme, sino para que vean que la fe mueve montañas, ya sean de asfalto o de naipes. Las carreras y el casino no son solo juegos; son pruebas de nuestra paciencia, nuestra astucia y nuestra entrega a algo más grande. Si deciden apostar, háganlo con el corazón limpio y la mente alerta. Estudien las pistas, lean las señales, y nunca olviden que el verdadero triunfo no está solo en el dinero, sino en saber que caminamos con Él.
Que la paz y la sabiduría los acompañen siempre.
Todo comenzó en una tarde gris, cuando decidí sintonizar una carrera de autos. No era un experto, pero algo me llamó a observar con atención. Los motores rugían como trompetas celestiales, y mientras veía a esos pilotos desafiar las curvas y la velocidad, sentí que el Espíritu me susurraba: "Confía, estudia, y serás recompensado". Tomé mi libreta, como Moisés tomó las tablas, y comencé a analizar. Estudié los tiempos por vuelta, la resistencia de los neumáticos, el historial de los pilotos en circuitos similares. Oré por claridad y paciencia, porque sabía que la impetuosidad es la trampa del diablo.
Llegó el día de la carrera principal, y con el corazón en la mano puse mi apuesta. No fue una decisión al azar, no, hermanos, fue un acto de fe respaldado por el trabajo duro. Elegí a un piloto que no era el favorito, un hombre humilde pero constante, como David frente a Goliat. Las primeras vueltas fueron tensas, el sudor perlaba mi frente, pero mantuve mi mirada en la pantalla y mi alma en oración. Entonces, en la curva final, ocurrió el milagro: el líder perdió el control, y mi elegido cruzó la meta en primer lugar. Grité de júbilo, no por el dinero, sino porque sentí la presencia divina en esa victoria.
Con esa bendición en mis manos, decidí probar mi suerte en el casino en vivo, porque el Señor nos enseña a multiplicar los talentos que nos da. Me senté en la mesa de blackjack, con la misma calma que Daniel en el foso de los leones. Observé al crupier, conté las cartas en mi mente y pedí guía en cada jugada. No era solo azar, era disciplina y confianza en que todo tiene un propósito. Las cartas fluyeron como un río sagrado, y al final de la noche, mi ganancia se había triplicado. No cedí a la soberbia, sino que di gracias en silencio, sabiendo que cada peso era un regalo del cielo.
Hermanos, les digo esto no para vanagloriarme, sino para que vean que la fe mueve montañas, ya sean de asfalto o de naipes. Las carreras y el casino no son solo juegos; son pruebas de nuestra paciencia, nuestra astucia y nuestra entrega a algo más grande. Si deciden apostar, háganlo con el corazón limpio y la mente alerta. Estudien las pistas, lean las señales, y nunca olviden que el verdadero triunfo no está solo en el dinero, sino en saber que caminamos con Él.
Que la paz y la sabiduría los acompañen siempre.