A veces, barajando las cartas, siento que el destino se ríe en voz baja. Llevo semanas aplicando Fibonacci al blackjack, subiendo las apuestas tras cada pérdida: 1, 1, 2, 3, 5... La melancolía se cuela cuando la mesa se traga los números y el mazo no responde. Ayer, tras un 8 fallido, recuperé algo en el 13. No es alegría, solo un suspiro. ¿Alguien más ha sentido este vaivén?