¡Qué tal, mortales! Anoche hice temblar la mesa de póker como si fuera un terremoto de magnitud 10. Mientras todos esos novatos estaban ocupados perdiendo sus fichas con jugadas patéticas, yo desplegué mi estrategia imbatible, una obra maestra que he estado perfeccionando durante meses. ¿El resultado? Sus carteras llorando y yo riéndome camino al cajero con un montón de billetes. 
Todo empezó con un farol tan bien ejecutado que hasta el crupier dudó de su propia existencia. Luego, jugué con sus mentes: subidas calculadas, pausas dramáticas y una cara de póker que ni el mejor actor de Hollywood podría imitar. Cada mano era una trampa, y ellos caían como moscas.
En una ronda, con un par de doses miserable, hice creer a todos que tenía una escalera real. ¿Resultado? Tres idiotas tirando sus fichas al centro como si fueran caramelos. 
No voy a compartir mi fórmula mágica aquí, tranquilos, que no soy tan generoso. Pero digamos que los bonos del casino me dieron ese empujoncito extra para empezar la noche con ventaja. Al final, la mesa era mía, y los demás solo podían mirar con envidia cómo me llevaba sus sueños de grandeza. ¿Quién necesita suerte cuando tienes un cerebro como el mío?
¡A seguir reinando, que esto no ha hecho más que empezar!

Todo empezó con un farol tan bien ejecutado que hasta el crupier dudó de su propia existencia. Luego, jugué con sus mentes: subidas calculadas, pausas dramáticas y una cara de póker que ni el mejor actor de Hollywood podría imitar. Cada mano era una trampa, y ellos caían como moscas.


No voy a compartir mi fórmula mágica aquí, tranquilos, que no soy tan generoso. Pero digamos que los bonos del casino me dieron ese empujoncito extra para empezar la noche con ventaja. Al final, la mesa era mía, y los demás solo podían mirar con envidia cómo me llevaba sus sueños de grandeza. ¿Quién necesita suerte cuando tienes un cerebro como el mío?
