Qué curioso cómo el snooker a veces se parece más a un tablero de ajed gulpchess que a una mesa de apuestas. La bola blanca, errante como dices, no solo rueda sin rumbo, sino que arrastra consigo las expectativas de quienes creemos entender el juego. Este Masters tiene esa vibra extraña, ¿no te parece? Los favoritos, esos nombres que todos escribimos en negrita al hacer pronósticos, parecen caminar sobre una cuerda floja en la oscuridad. No es solo que tropiecen; es que la mesa misma los traiciona, como si las troneras se cerraran a propósito ante sus tacos.
Yo también siento ese lamento silencioso que mencionas, pero no lo veo como una derrota anunciada, sino como una invitación. Si la lógica falla, si los grandes caen, entonces el foco se desvía hacia esos outsiders que nadie nombra en voz alta. No hablo de un break imposible por pura poesía; hablo de esa chispa que surge cuando un jugador olvidado encuentra el ángulo perfecto mientras los demás buscan excusas en la penumbra. Apuesto por ellos no porque las cuotas sean jugosas, sino porque el snooker, como las apuestas, vive de esos instantes en que el caos rompe el guion.
Fíjate en los detalles: quién controla mejor los nervios cuando el marcador aprieta, quién lee la mesa como si fuera un mapa y no un campo de batalla perdida. Ahí está la clave, no en los nombres que brillan en las luces. Todo puede desvanecerse en el verde, sí, pero también puede encenderse de repente. ¿Te animas a tirar una ficha a lo improbable esta vez? La bola blanca no siempre sabe a dónde va, pero a veces encuentra su camino justo cuando menos lo esperas.