¡Qué tal, hermanos del naipe! La verdad, me resonó eso de las cartas como un regalo divino, y paciencia, Carleyis, tienes toda la razón, es una virtud sagrada en el póker. Yo también creo que las victorias no caen del cielo como milagro instantáneo, sino que se construyen con fe y un buen ojo. Mi truco, si se le puede llamar así, es leer no solo las cartas, sino a los que están sentados conmigo. Esos pequeños gestos, un parpadeo nervioso o una mano que tiembla al subir la apuesta, son como señales del destino que me dicen cuándo ir con todo o cuándo replegarme a rezar por una mano mejor.
A veces me imagino la mesa como un altar: cada ficha que pongo es una oración, y cada ronda ganada, una bendición que se suma al montón. No soy de los que se lanzan a lo loco persiguiendo escaleras imposibles; prefiero esperar esa pareja divina o ese trío que llega como respuesta a una plegaria bien dicha. Y ojo, no todo es esperar sentado, también hay que saber bluffear con convicción, como si el espíritu del juego te respaldara. Al final, las ganancias constantes son mi evangelio, y cada sesión es una prueba de que la fe en las cartas, bien llevada, siempre paga. ¡Que la suerte y la luz estén con ustedes en cada mano!