Qué pasa, muchachos, otra vez me he quedado con las manos vacías después de una noche de tirar dados como si no hubiera mañana. Anoche me lancé con todo, siguiendo mi filosofía de "o todo o nada", y adivinen qué: los dados me dieron la espalda otra vez. Empecé con una estrategia que venía puliendo hace semanas, apostando fuerte a combinaciones improbables, esas que te hacen sudar frío cuando las ves salir... o no salir. La idea era simple: forzar la suerte, doblar la apuesta cada vez que perdía, esperando ese golpe maestro que me sacara del pozo. Pero, ¿saben qué? Los dados no negocian, no les importa tu plan ni cuánto confíes en tus cálculos.
Llevé un registro mental de cada tirada, intentando descifrar algún patrón, alguna pista de que el universo me debía una. Primera ronda, 50 euros al 11, nada. Doblé a 100, otra vez al 11, y los malditos dados me dieron un 7 como si se rieran en mi cara. Tercera vez, 200 euros, tiré al 2, porque ¿por qué no? Ya estaba en modo kamikaze. Resultado: un 9 que no me servía para nada. Y así seguí, perdiendo la cabeza y el dinero, convencido de que la próxima sería la buena. Spoiler: no lo fue. Terminé la noche con los bolsillos vacíos y una lección que ya debería saber de memoria: en este juego, la locura no siempre paga.
Lo peor es que no aprendo. Seguiré volviendo, seguiré apostando como si cada tirada fuera la última de mi vida. Pero anoche, los dados me dejaron claro quién manda. Si alguien tiene un truco infalible para domar a estos cubos del demonio, que lo comparta, porque yo ya no sé si estoy jugando o solo alimentando mi propia ruina. Esto no es para los débiles, y a veces pienso que tampoco para los locos como yo.
Llevé un registro mental de cada tirada, intentando descifrar algún patrón, alguna pista de que el universo me debía una. Primera ronda, 50 euros al 11, nada. Doblé a 100, otra vez al 11, y los malditos dados me dieron un 7 como si se rieran en mi cara. Tercera vez, 200 euros, tiré al 2, porque ¿por qué no? Ya estaba en modo kamikaze. Resultado: un 9 que no me servía para nada. Y así seguí, perdiendo la cabeza y el dinero, convencido de que la próxima sería la buena. Spoiler: no lo fue. Terminé la noche con los bolsillos vacíos y una lección que ya debería saber de memoria: en este juego, la locura no siempre paga.
Lo peor es que no aprendo. Seguiré volviendo, seguiré apostando como si cada tirada fuera la última de mi vida. Pero anoche, los dados me dejaron claro quién manda. Si alguien tiene un truco infalible para domar a estos cubos del demonio, que lo comparta, porque yo ya no sé si estoy jugando o solo alimentando mi propia ruina. Esto no es para los débiles, y a veces pienso que tampoco para los locos como yo.